lunes, 25 de noviembre de 2019

Alejandro Magno


Al ser la primera entrada, pensé que debía empezar hablando sobre algo o alguien grandioso para la historia, así que dicha sea la redundancia, me he decantado por hablaros como su nombre indica, de un “grande”. 

Alejandro III de Macedonia, o más bien conocido como Alejandro Magno o Alejandro el Grande, fue rey de Macedonia (desde 336 a. C), Hegemón de Grecia, Faraón de Egipto (332 a. C) y Gran rey de Media y Persia hasta su muerte en el 323 a. C en Babilonia.
Su madre era Olimpia de Epiro (aunque se cambió el nombre varia veces), hija del rey de Molosia, y su padre Filipo II de Macedonia, rey de dicho territorio desde el 359 a. C.

Durante su niñez, su padre lo preparó para reinar proporcionándole una gran experiencia militar y encomendándole al mismísimo Aristóteles como tutor para que lo instruyera en el ámbito intelectual. Pero junto con su madre fue exiliado por su propio padre al considerarlo éste un hijo adúltero.
En el año 336 a. C, Filipo muere asesinado y Alejandro, con tan solo veinte años se hace con todo el poder que hasta hace poco poseía su padre. Se trataba de un estado fuerte y un ejército experimentado que había conseguido unir las ciudades-estado griegas, aunque claro, todo a base de la fuerza bruta.

Consciente de su enorme poder, el nuevo rey decidió utilizar su ejército para ponerle fin al reinado de su eterno enemigo, los persas.
En los dos primeros años de su reinado, impuso su autoridad sobre los pueblos sometidos a Macedonia, ya que éstos, tras la muerte de Filipo, habían decidido rebelarse.

Fue en el 334 a. C, tras asegurar sus fronteras al norte en las “campañas balcánicas”, cuando cruzó todo el Helesponto con más de 50 000 soldados y puso los pies por primera vez en Asia, donde por cierto clavó una lanza al llegar, aceptando el continente como un regalo de los dioses.

Demostró ser un gran estratega, cogiendo en numerosas ocasiones a los persas por sorpresa y derrotándolos fácilmente, como en la batalla del Gránico. La primera gran ciudad en caer fue la capital provincial Sardis (actual Sart, Turquía), sede de todos sus tesoros, a la que siguió Halicarnaso y otros muchos más puertos, haciendo a su vez que los persas perdieran  sus bases navales.


Dirigió la campaña hacia Siria, donde al fin pudo enfrentarse a Darío III, último rey persa de la dinastía Aqueménida, al que derrotó sin esfuerzo aparente, obligándolo a escapar y dejando a su familia atrás. Familia que por cierto fue perdonada, pues era una práctica que el rey macedonio mantenía en casi todas sus conquistas. Tras vencer al gran Darío, decidió dirigirse a Egipto y así lo hizo en el año 332 a. C, donde estableció la espléndida ciudad de Alejandría, situada en la misma desembocadura del Nilo.
En Menfis, a orillas del Nilo, organizó unos juegos griegos donde ofreció sacrificios a los dioses egipcios y fue proclamado rey de este vasto territorio. Hay una leyenda que cuenta que visitó el oráculo del dios Amón, en el desierto de Libia, aunque nunca dijo que fue lo que había preguntado, pero es cierto que había ciertas sospechas, como si el oráculo le habría confirmado si su padre era el mismísimo Zeus.

Poco después volvió a Asia donde cruzó los ríos Eufrates y Tigris para volver a enfrentarse con Darío en la batalla de Gaugamela, la más importante de la campaña ya que los persas no se lo pusieron fácil pues contaban con elefantes, carros con ruedas de guadaña, la caballería de las estepas de Asia central, soldados persas, babilonios, afganos e indios. Tras una batalla larga y complicada, y sobretodo sangrienta, Alejandro obtuvo de nuevo la victoria con la segunda huida de el rey persa a las montañas de Ecbatana, aunque no llegó muy lejos pues fue capturado y asesinado por uno de sus antiguos sátrapas. 

Tras esa gran victoria, Alejandro se hizo con la capital del imperio, Babilonia, y la recompensa para Alejandro de la ciudad de Susa, antigua capital de Elam y palacio de los antiguos reyes persas.

Pero la ambición de Alejandro era enorme y quería más a pesar de las quejas de sus generales por estar ausente de sus hogares durante cinco años. Sobre el año 330 a.C puso los ojos en el sub-continente indio, donde lideró personalmente las campañas sobre Punjab, done fue dañado, supuestamente en el tobillo. Herido en su orgullo quiso continuar la conquista pero esa vez sus tropas consiguieron pararle los pies y se negaron a avanzar por una zona desértica y le exigieron volver a Grecia a través de Babilonia.

En el año 327 a. C se casó con Roxana, una descendiente de la nobleza aqueménida. En el  326 a. C, tras una década de lucha cruzó el río Indo y regresó a Babilonia, donde murió el año 323 con tan solo 33 años a causa de una infección.

Hay que destacar que en su reinado cambió de manera asombrosa la estructura política y   cultural de la zona tras conquistar el imperio persa y dio inicio a una época de un gran intercambio cultural, donde los griegos se expandieron por el mediterráneo. Es el llamado periodo helenístico.

Y es que como el gran conquistador decía: “ lo que en esta vida se hace, tiene su eco en la eternidad” y él se la ganó por todo lo alto, pues lo llegaron a considerar en ocasiones como una divinidad o un segundo Aquiles, sirviendo de inspiración a futuros conquistadores de todos los tiempos, desde Julio César hasta Napoleón Bonaparte.